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lunes, 18 de noviembre de 2013

CUENTO EN LAS NUBES DE JOSE JOAQUIN FUENTES.

CUENTO EN LAS NUBES DE JOSE JOAQUIN FUENTES 1ºB

Cuando Peter Fortune tenía diez años, algunos adultos le decían a veces que era un niño «difícil». Nunca comprendió lo que querían decir. El
no se consideraba en absoluto difícil. No estrellaba las botellas de leche contra el muro del jardín, ni se echaba salsa de tomate en la cabeza y
fingía que sangraba, ni le golpeaba los tobillos a la abuela con la espada, aunque de vez en cuando se le ocurrieran esas ideas. A excepción de
todas las verduras menos las patatas, el pescado, los huevos y el queso, comía de todo. No era más ruidoso, sucio o tonto que ninguna de las
personas que conocía. Su nombre era fácil de pronunciar y deletrear. Su cara, pálida y pecosa, era bastante fácil de recordar. Iba a la escuela
todos los días como los demás niños y nunca armó demasiado escándalo por eso. Con su hermana no era más insoportable de lo que ella lo era
con él.
Nunca la policía llamó a la puerta con intención de detenerlo. Nunca unos médicos vestidos de blanco quisieron llevárselo al manicomio. En
opinión de Peter, él era de lo más fácil. ¿Qué tenía de difícil?
Peter lo comprendió por fin cuando ya hacía años que era adulto. Creían que era difícil por lo callado que era. Eso parecía preocupar a la
gente. El otro problema era que le gustaba estar solo. No siempre, claro. Ni siquiera todos los días. Pero la mayoría de los días le gustaba
quedarse a solas durante una hora en algún sitio, en su habitación o en el parque. Le gustaba estar solo y pensar en sus cosas.
Ahora bien, a los adultos les gusta creer que saben lo que pasa por la cabeza de un niño de diez años. Y es imposible saber lo que alguien
está pensando si esa persona no lo cuenta. La gente veía a Peter tumbado de espaldas alguna tarde de verano, mascando una brizna de hierba y
mirando el cielo. «¡Peter, Peter! ¿En qué estás pensando?», le gritaban. Y Peter se incorporaba sobresaltado. «Oh, en nada. En nada.» Los
adultos sabían que algo ocurría en el interior de esa cabeza, pero no podían oírlo, ni verlo ni sentirlo. No podían decirle a Peter que parara porque
no sabían lo que estaba haciendo. Habría podido estar incendiando la escuela, tirando a su hermana a los cocodrilos o huyendo en globo, pero lo
único que veían era un niño mirando el cielo azul sin pestañear, un niño que no oía cuando lo llamaban por su nombre.
En cuanto a lo de estar solo, eso tampoco les gustaba demasiado a los adultos. Ni siquiera les gusta que otros adultos estén solos. Cuando
te juntas con otros, la gente ve lo que estás haciendo. Estás haciendo lo que ellos están haciendo. Peter tenía ideas diferentes. Juntarse con los
demás estaba muy bien, en su momento. Pero sin exagerar. En realidad, pensaba, si la gente dedicara menos tiempo a juntarse y a hacer que
los demás se juntaran y dedicara un poco más de tiempo al día a recordar quiénes eran o quiénes podrían ser, el mundo sería un lugar mucho
más feliz y quizá nunca habría guerras.
En la escuela, dejaba a menudo su cuerpo sentado en el pupitre mientras su mente se perdía en las nubes. Incluso en casa, tener la cabeza
en las nubes lo metía a veces en líos. Una Navidad, el padre de Peter, Thomas Fortune, estaba colgando adornos en la sala. Era algo que odiaba.
Siempre lo ponía de mal humor. Había decidido colocar serpentinas en un rincón. Pues bien, en ese rincón había un sillón y en el sillón, sin hacer
nada en concreto, estaba Peter.

Opinión:Os recomiendo que leaís este cuento porque es muy interesante.
PUBICADO POR JOSE JOAQUIN FUENTES.


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