RETRATO DE MELIBEA
La Celestina (en boca de su enamorado
Calisto)
CALISTO.-
Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en
Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero
assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como
ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.
SEMPRONIO.-
¡Mas en asnos!
CALISTO.-
¿Qué dizes?
SEMPRONIO.-
Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.
CALISTO.-
¡Veed qué torpe e qué comparación!
RETRATO DE UN MÓVIL
Soneto basado en
Quevedo
Érase un hombre a un
móvil pegado,
érase una movilidad superlativa,
érase una inquietud que no hay quien viva,
érase un sin estar siempre llamado;
érase una movilidad superlativa,
érase una inquietud que no hay quien viva,
érase un sin estar siempre llamado;
era una oreja y un
táctil encarados.
érase vuelto o de espaldas, qué más daba
érase una mano presa y otra esclava,
una impresión de andar en otro lado.
érase vuelto o de espaldas, qué más daba
érase una mano presa y otra esclava,
una impresión de andar en otro lado.
Érase la antena de una
hormiga,
érase el casco de un piloto,
la mirada perdida y sin amigas;
érase el casco de un piloto,
la mirada perdida y sin amigas;
érase una obsesión
guasapa y sorda,
érase trompar y caerse de la moto,
quedarse atrás, delante, nada importa.
érase trompar y caerse de la moto,
quedarse atrás, delante, nada importa.
RETRATO DE DON QUIJOTE, por Cervantes
En un lugar de la Mancha, de cuyo
nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de
algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los
sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de
velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los
días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa
una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte,
y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión
recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza.
El Quixote de la Manxa, por Viole García
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