Si os acordáis de la antigua fábula de la princesa que no conseguía dormir porque había
un guisante debajo del último colchón de la montaña de colchones sobre la que se había
acostado, os parecerá más comprensible la historia de este viejo señor. Un viejo señor muy
bueno, más bueno que cualquier otro señor viejo.
Una noche, cuando ya está en la cama y va a apagar la luz, oye algo, oye una voz que
llora...
—Qué raro —dice—, me parece oír... ¿Habrá alguien en casa?
El viejo señor se levanta, se pone una bata, recorre el pequeño apartamento en el que vive
completamente solo, enciende las luces, mira por todas partes...
—No, no hay nadie. Será donde los vecinos.
El viejo señor vuelve a la cama, pero al cabo de un rato oye otra vez aquella voz, una voz
que llora.
—Me parece —dice— que viene de la calle. Seguramente que ahí abajo hay alguien
llorando... Tendré que ir a ver.
El viejo señor vuelve a levantarse, se tapa lo mejor posible, pues la noche es fría, y baja a
la calle.
—Vaya, parecía que era aquí, pero no hay nadie. Será en la calle de al lado.
Me ha parecido una historia muy apasionante y bonita.
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