Ésta es la historia de Bertín Youmssi, que hace dos años y medio atravesó el estrecho de Gibraltar a nado para llegar a España. Bertín salió de casa por la noche, sin despedirse de nadie. No quería ver llorar a su madre. Tampoco
iba a soportar una nochevieja más sin poder dar nada de comer a su
hermana y a su hermano. Su país, Camerún no le ofrecía ninguna
posibilidad de prosperar. En Camerún no hay medicinas. Si te pica un
mosquito y coges el paludismo o unas fiebres tifoideas, te mueres. En
las farmacias y en la calle te venden pastillas falsas. En Camerún no hay medicinas. Si te pica un
mosquito y coges el paludismo o unas fiebres tifoideas, te mueres. En
las farmacias y en la calle te venden pastillas falsas. Su viaje duro dos años
Al año de estar en Marruecos encontró a un amigo que volvía de Francia. Llevaba un móvil. Le pedí que se acercara a mi pueblo, que buscara a mi madre.
Bertín tardo dos años y medio en juntar los
1.300 euros que le pedían por pasar la frontera. Trabajó en lo que
pudo. Ahorró cada céntimo. Y conoció a unos hombres que se ofrecían para
cruzar a nado el Estrecho. Los porteadores se visten con trajes de
neopreno. El ilegal se sujeta a su espalda. Como un gran galápago con
una carga al hombro, se echan a la mar.
A la fuerza de la mar hay que sumar la
pericia de los vigilantes de costa. La policía patrulla el Estrecho y
evita que los sin papeles entren. Un riego que se diluye cuando la
alternativa es perecer ahogado. Convertirse en una cifra, en un cuerpo
que se encontrará hinchado y varado en cualquier playa o que jamás se
encontrará. Estaba a ùnto de perder el sentido
Pasó tres meses en un centro de acogida en
Ceuta. Hubo un juicio contra los porteadores. Tuvo que declarar. Pidió
asilo político. Se lo denegaron. Contó su historia a quien le escuchó y
escuchó las historias de sus compañeros. Cada vez que en el centro
alguien preguntaba a alguien dónde querían ir, sonaba un único coro de
voces: “¡pe-nin-su-la!”. “A la hora de marchar me preguntaron hacia
dónde quería ir. Pensé que en Navarra, que está tan al norte, se
hablaría francés y allí me mandaron. Me dieron un billete y un papel en
que ponía que tenía permiso de residencia durante 6 meses y me
comprometía a volver a Camerún después. Cuando salí del autobús no sabía
qué hacer. Me quedé el último para ver qué dirección tomaban los demás.
Estaba aturdido. Todo lo que me rodeaba era nuevo. Me sentía perdido y
tremendamente solo”. Europa, la península, el paraíso, no
resultó tan idílico como pensaba. Encontró compañeros de aventura que le
ayudaron en sus primeros tiempos. Se fue de albergue en albergue y de
casa de amigos en casa de amigos. Nadie hablaba francés en Navarra. Ni
en Tafalla, ni en otros lugares que visitó. Y todos los que le
recibieron le explicaron que la vida allí era muy dura. “Salimos
del pueblo pensando que en Europa le dan a uno dinero cuando lo
necesita, 100, 200 euros, sin esfuerzo, porque si. Que aquí todos son
ricos. Que las mujeres se enamorarán de ti. Que esto es una fiesta
permanente para disfrutar con los amigos. Ningún africano deja a otro
tirado. Nos ayudamos en lo que podemos, que casi nunca es mucho. Pero en
Navarra todos estaban decepcionados del norte. Hablaban de Madrid como
el sitio de las verdaderas oportunidades”.Entre las razones que
le llevaron a Madrid, una de las más poderosas fue la existencia de
albergues donde dejan estar durante 6 meses seguidos. En ese tiempo le
da tiempo a uno a planificar su vida, a estabilizarse en un trabajo, a
formar un grupo de amigos. “No me pongo metas. La vida te va
llevando hacia lo mejor o hacia lo peor. He visto hombres fuertes e
inteligentes perder la cabeza por no poder adaptarse a esta nueva
sociedad. Yo tuve la suerte de superar el shock. No soy muy amigo de
pensar a largo plazo. Estoy acostumbrado a improvisar y tomar la mejor
de las opciones que se me presentan. Y en los dos años que llevo en
Madrid he conseguido lo mejor de muchas cosas. Mucha gente me cuida.
Estoy obligado a hacer lo mismo”. Experto en música africana,
tiene un grupo de amigos con los que va a conciertos y que le han
permitido integrarse. Gracias a gente como ellos empezó a estudiar. De
fuertes convicciones religiosas, cristiano y buena gente, dedica parte
de su tiempo a ayudar a personas que, como él han llegado a Europa sin
papeles. Y se siente satisfecho por ello.
“Puedo enviar cada mes
50 euros a mi madre. Se ha comprado un móvil y hablo con ella cuando
quiero. Sé que mis hermanos puede comer a diario. Allí esta es una
situación privilegiada. Mis vecinos creen que soy afortunado. Por eso,
si ellos quieren venir yo podría decirles que esto es muy duro, pero no
me creerían. Si vienen, he de ayudarles”. Han pasado 5 años
desde que salió de Camerún. El viaje de Bertín aún no ha terminado.
Aprobó con notas brillantes su acceso a la universidad para mayores de
25 años. Sus puntos fuertes son el francés, como idioma extranjero, las
matemáticas y el derecho. La lengua es su “coco”, pero la va llevando
cada vez mejor. El curso que viene empezará Derecho. “Los que
estudian en Europa y vuelven a Camerún obtienen buenos puestos de
trabajo en la Administración. Pueden hacer mucho por nuestro país. Yo
voy a intentarlo”. Cada paso de su camino, parece acercarle al
éxito. Pero al pensar en el regreso, una sombra de miedo empaña su
mirada: “la esperanza de vida en mi país es de 35 años. Yo tengo 32. A
la vuelto, ¿cuántos de mis amigos habrán muerto?”. y el siguio aquí en España
Por favor, Luis, cita la fuente de donde has obtenido esta maravillosa crónica de una vida que nos compromete a todos por un cambio social.
ResponderEliminarSaludos cordiales.